sábado, 13 de agosto de 2016

HIPERALIMENTADOS Y ULTRAVITAMINADOS.


 

 Cuando yo era niño y veía los dibujos animados de “Súper Ratón” siempre me llamaba la atención la frase con la que acababa todos los capítulos: “Y no olviden súper vitaminarse y mineralizarse”. Era una época (mediados de los 60 y principios de los 70) en los que la variedad alimenticia no abundaba precisamente en las tiendas de ultramarinos de aquella España y los niños desayunábamos leche con galletas “María” o pan tostado, y los bollos, croisanes y magdalenas se reservaban para una ocasión especial como un cumpleaños o alguna visita a la que agasajar.

 La bollería industrial estaba aun en mantillas. El primer bollito industrial que recuerdo era el “Búlgaro de Cropán” un bizcocho bañado en almíbar y con un fino relleno de mermelada. Luego vendrían el “Bony, el Bucanero, el Tigretón y toda la pléyade de híper calóricos bollos que han proliferado “Ad nauseam” hasta nuestros días.

 Del mismo modo, los niños de aquellos días merendábamos un bocadillo de pan candeal con chorizo, salchichón, mortadela de aceitunas, jamón serrano o queso de bola (tres onzas de chocolate dentro del pan si habíamos sacado buenas notas en un examen) Las cadenas de hamburgueserías y pizzerías nos eran algo tan ajeno como la cara oculta de la luna. La primera vez que entré en una, un Burguer King de la calle mayor de Madrid debería andar por los veinte años (en Alicante aun tardarían cuatro años en abrir el primer Mc Donalds). De mi infancia recuerdo como lo más exótico en establecimiento tipo americano un sitio llamado El Tobogán en la Puerta del Sol madrileña al que me llevaron mis padres en un viaje de pequeño. Era un establecimiento con una larga pared de ventanitas de cristal, detrás de cada cual había un producto para consumir (sándwiches, trozos de tarta, croissanes, etc.) tenían un cartelito con el precio de cada producto y una ranura donde introducías el dinero, lo que te permitía abrir la portezuela y cogerlo.

 En cuanto a la infinita variedad de ¿cereales? Para el desayuno, los únicos que aquí se veían eran los que consumían los personajes de las series americanas. En Alicante por lo menos, brillaban por su ausencia, tanto es así que mi tío Alberto estuvo como un mes de viaje en Nueva York invitado por un amigo y a su regreso quiso comprar los ahora clásicos Corn Flakes de Kellogs y tras mucho buscar encontró un paquete en un supermercado de la playa de San Juan, regentado por unos belgas que traían productos para los pocos extranjeros que entonces veraneaban aquí.

 Así pues, los que ahora andamos por la segunda mitad de la cincuentena, hambre no pasábamos, pero bien es verdad que comíamos lo justo para mantener nuestra elevada actividad y por regla general, en el colegio, los niños gordos lo eran por una cuestión de metabolismo o de herencia genética. El grueso del pelotón de clase éramos enjutos en su mayoría. Las chuches eran un abanico bastante limitado (monedas de chocolate, regaliz roja y negra, gominolas básicas, caramelos, chicles Bazooka…) y el dinero del que disponíamos escaso.

 La dieta básica de un niño de aquella época era un desayuno de pan tostado o galletas y un vaso de leche. A media mañana un bocadillo de chorizo, atún o mortadela y agua de la fuente del patio. Al mediodía la comida de casa, casi siempre un plato de olla y de segundo una tortilla de patatas, unos filetes empanados o unas croquetas caseras. De postre fruta del tiempo y para beber, agua o, si era verano, a veces caía una gaseosa que nuestro padre aderezaba con vino de granel. Por la tarde, otro bocadillo que devorábamos con una mano mientras que con la otra tratábamos de pillar a l compañero jugando a “Tula” o acababa desparramado por la plaza, merced a un certero balonazo del bruto de la cuadrilla. Por la noche en general un vaso de leche caliente que las madres decían que era bueno para coger el sueño y alguna galleta o un trozo de “coca boba” bizcocho casero muy popular en todas las casas.

 Las tiendas llamadas “De Ultramarinos” tenían, si, una cierta variedad, pero nada que ver con aquellos supermercados que salían en las series americanas, con aquellas interminables filas de estanterías y en los que la tribu de los Brady llenaban bolsas y bolsas de papel marrón suficientes para alimentar a un regimiento.

 Había botes de conserva, cajas de galletas, paquetes de arroz y pasta, latas de atún , sardinas y mejillones en escabeche, paquetes de café en grano, botellas de leche, de vino, de cerveza, de gaseosa y las primeras de aceite. Embutidos y fiambres en un mostrador refrigerado y sobre el otro mostrador, bollería casera de algún obrador cercano.

 La carne se compraba en la carnicería, el pescado en la pescadería, o ambos en los mercados de la ciudad donde cada ama de casa tenía sus puestos predilectos a los que acudía fielmente toda su vida (o la del tendero).

 De modo que a este lado del charco, nuestra alimentación era justa y bastante equilibrada por mor de vivir en un país con un régimen autárquico, que consumía lo (poco o mucho) que producía, mientras que la chavalería del otro lado se supervitaminaza y mineralizaba con una dieta híper calórica que ha producido una generación de cincuentones obesos, hipertensos, con problemas de colesterol, diabetes, fallos cardiacos y una esperanza de vida al nivel de algunos países africanos. Una generación de hombres y mujeres que pesan por encima de los100 kilos, que tienen dificultades para incluso ponerse los calcetines y que llevan más de cuarenta años consumiendo todo tipo de comida procesada, alta en calorías, sal, grasas no saturadas, emulgentes, colorantes, espesantes, conservantes… bebiendo enormes cantidades de bebidas ultra azucaradas, comiendo cubos de palomitas de maíz hechas con margarinas y engullendo postres grasos y azucarados como si no hubiera un mañana.

 Pues bien, ese estilo de vida que a los de mi generación les era marciano, ha venido para que darse y como buenos conversos hemos tardado poco en superar a nuestros maestros. Ahora, nuestros hijos desayunan supuestos cereales que son puro azúcar con leches enriquecidas con un montón de elementos innecesarios, almuerzan en el colegio bollos industriales, con zumos envasados llenos del dulce elemento y por las tardes devoran hamburguesas, fritos y pizzas producidas en serie con vaya usted a saber que ingredientes, mientras que por los medios les bombardean por una parte con toda esa munición de alimentos llenos de sabor y calorías y por el otro con un mundo de cuerpos imposibles en su delgadez como meta para ser feliz y realizado en la vida.

 Ante ese panorama, está creciendo una generación de jóvenes inducidos de forma casi obscena a un consumo calórico superior con creces al necesario mientras son culpabilizados por no tener un cuerpo que cumpla los cánones impuestos por las grandes cadenas de moda y las multinacionales de todo tipo (desde Nike a Coca Cola).

 Así que, sinceramente pienso que hoy en día, en este país, estamos súper vitaminados y mineralizados en exceso. Que habría que volver al bocata de salchichón y el agua del grifo, a la comida de cuchara, el pan tostado con aceite de oliva, a la leche normal y corriente y a la fruta del tiempo como postre. A que nuestros hijos cojan más la bicicleta y menos la tablet, a que jueguen en la calle y que los llevemos al campo a que corran y salten y quemen grasas y calorías antes de que sea demasiado tarde y los adolescentes de hoy en día acaben siendo unos cincuentones obesos, hipertensos, con problemas cardiacos e incapaces de tan siquiera abrocharse los cordones de los zapatos

  



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