martes, 25 de octubre de 2011




MI MAGDALENA DE PROUST
(O POR LO MENOS UNA DE ELLAS)



El huevo pasado por agua (no muy hecho) no se parece en nada a ninguna de las demás formas en que se puede cocinar. Por lo menos para mí, su olor. Su textura, su sabor, tienen el recuerdo de las tardes de otoño en la casa en la que viví mi primera infancia, cuando mi padre se tomaba uno para cenar. Mi madre se lo traía en un plato con un vaso al lado y él lo partía y con la cucharilla vertía el contenido dentro del vaso. Después le echaba un poco de sal, cortaba media rebanada de pan de hogaza y se la desmigaba dentro, lo removía con la cucharilla y se lo iba comiendo, despacio, paladeando cada pequeña cucharada, acompañándolo con un vasito de vino del Pinós, su pueblo. Rosado, que siempre es el que más le ha gustado.
 Yo recuerdo que le pedía que me diera alguna cucharada y su tibieza, ese sabor del pan mezclado con la yema y la clara poco hecha me viene a la memoria a poco que cierre los ojos.
 Cuando el vaso estaba casi vacío, lo cogía con la mano, lo inclinaba delante de sus ojos y con la cucharilla repelaba el fondo y los costados rebañando hasta la última miga de pan o resto de huevo y, acabada la faena, lo volvía a depositar en el plato con la cucharilla dentro, echaba un último sorbo de vino, se limpiaba los labios con la servilleta, la doblaba y la dejaba sobre la mesa. Entonces se salía al balcón a fumarse un cigarrillo. Mi madre retiraba el plato y le traía una pieza de fruta que se comía más tarde.
 Normalmente mis padres siempre cenaban juntos pero mi madre (como solía pasar en los años sesenta) se levantaba una y otra vez para traer las cosas o llevarse los platos, quizá por eso tengo la imagen (seguramente errónea) de mi padre solo a la mesa de la cocina.
 Ahora que estoy en la cincuentena me sigue gustando comerlos y seguir el mismo ritual (aunque hace diecisiete años que dejé de fumar y eso último me lo salto). El olor del huevo, el tintineo de la cucharilla, las migas de pan sobre la mesa, el aroma punzante del vino me llevan de nuevo aquella casa de mi primera infancia, en donde pasé sin ninguna duda, los que fueron los mejores años de mi vida.
 Ya veis lo que da de sí un simple huevo pasado por agua.

1 comentario:

  1. Resulta muy hermosa la remembranza que escribiste, ello demuestra como la comida nos víncula con afectos profundos...
    Saludos,
    Madelaine, de Cuba

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