YO ERA UN NIÑO RARO
He de reconocer que de pequeño yo era bastante rarito en gustos alimenticios. Comía muy bien, eso sí y casi de todo, aunque odiara el yogur, los plátanos y un potaje de judías con arroz que hacía mi madre y por el que ahora me doy de tortas.
La cuestión era que muchas de las cosas que me gustaban se daban de bofetadas con las que les gustaban a mis amigos. En el terreno de los dulces y chucherías yo siempre prefería, por ejemplo los chicles de menta a los de fresa. No me gustaban (ni me gustan) las gominolas, me compraba caramelos de eucalipto y me pirraba por las “pastillas Valda” que eran las que se tomaba mi padre cuando tenía la garganta irritada. Me gustaban los batidos de vainilla en vez de chocolate y la Fanta de limón en lugar de la Coca Cola. Me gustaba el coco rallado y me pirraban unos pastelitos de coco que venían entre dos obleas y que vendían en un quiosco que había (y aun hay) al lado del mercado y las pastillas de leche de burra que vendían en una farmacia de mi barrio. Me gustaban también las pastillas de “Lacteol” que vendían y aun siguen vendiendo en las farmacias aunque nunca he sabido muy bien para que servían y mi madre me tenía que esconder una cosa que me daba, no sé para que, disuelto en agua que se llamaba “Glucodulco”.
La leche, que me encantaba, no la tomaba ni con Colacao ni con Nesquik, si no con Eko, que era un soluble de malta de cebada que entonces tomaban las abuelas.
En cuanto a la comida, a parte de que mi madre me hacía ( y yo devoraba) tortillitas de sesos y criadillas empanadas, mis bocadillos preferidos eran los de mejillones en escabeche y los de ensaladilla Rusa y mi afición preferida era abrir a hurtadillas la nevera y comerme a cucharadas la masa de las croquetas, amén de pegarle tragos furtivos a la botella de vinagre y meter el dedo chupado en unos polvos que tomaba mi padre para la acidez que se llamaban “Mabogastrol” y que sabían a anises.
¡El tuétano del cocido! Si alguien conoce a un niño de seis años aparte de mí, al que le guste el tuétano del cocido que me lo diga. Y la gelatina de la carne de jarrete y las morcillas de cebolla crudas en pan y las mollejas de pollo y el hígado y repelar los huesos de pollo hasta dejarlos como si les hubieran dado con una pulidora y comerme la uva con piel y pepitas (una vez me comí un kilo de una sentada) y mojar, como hacía mi padre, los gajos de naranja en un montoncito de bicarbonato que hacía que se te llenara la boca de espuma.
Ahora que tengo que controlar todo lo que como para no engordar en exceso, no subir el colesterol, el ácido úrico, las transaminasas o la tensión arterial, recuerdo cuando comía de todo y en cantidades industriales y me viene a la cabeza un chiste del Miguelito de “Romeu” que decía: “el penúltimo placer del ser humano es la gastronomía y el último, recordarla”.
Jeje, pues si que eras especial. Yo me comía la sal a cucharadas y ahora lo hago todo soso, y la masa de las croquetas sigo comiéndomela a cucharadas, mi madre me dejaba un poco de masa "pegada" en la sartén y yo me pirraba por eso. Ahora procuro que se me pegue un poco y me la como.
ResponderEliminarVoy a echar un vistazo a tu blog. De momento has elegido la misma plantilla que yo, aunque yo la he retocado un poco.
Un abrazo
Hola África, me alegra que te pases por aquí. Espero que te guste, yo no la he retocado por que no tengo idea de como hacerlo. Soy un cavernícola informático, jejeje.
ResponderEliminarA mí siempre me han gustado los caramelos de eucalipto, mi sobrina los llamaba caramelos de pocalito.¿ Alguién conoce a un abuelo o abuela que nos los lleve en el bolsillo?.
ResponderEliminarY el tuétano del cocido en mi casa lo llamamos caña, y hay unas peleas que ni te cuento.
Y lo siento, yo soy de Cola cao, el Eko lo tomé en casa de una amiga, pero no me gustó nada.
Un saludo
Mi madre los lleva y siempre que me ve me ofrece uno, diciendo... nene, ¿quieres un caramelo? jejeje, para las madres siempre seremos sus niños/as aunque como yo tengamos canas y usemos gafas de vista cansada.
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