Imaginaos a cerca de ochenta mastuerzos de 12 ó 13 años en una fábrica de chocolate. Cuesta poco imaginar que los dueños de la empresa se lo pensarían dos veces antes de volver a traerlos. Pues en el año. Aprox. De 1973, los dos cursos de 7º de EGB del colegio San José de Carolinas (el de chicos) fuimos de excursión a La Vila Joiosa , a visitar la fábrica de Hijo de Marcos Tonda, que entre otras especialidades elaboraba las chocolatinas “Buana”, golosina sin par de aquellos años del tardo franquismo.
Para ser conductor de primera, acelera, acelera. Cualquier cosa que nos sacara de la rutina de clases, exámenes y demás era recibida con alborozo por los malos estudiantes, que éramos el grueso en aquel colegio de las Carolinas Altas, en el que recalé después de ser expulsado de los “Maristas” por “bueno” (bueno y por suspender todas las asignaturas y fugarme las clases). Así que una excursión a una fábrica de chocolate con posterior degustación, era casi tocar el cielo con las manos.
La cosa empezó en plan tranquilo, dentro de lo que cabe. Nos dieron una charla sobre el origen del chocolate y demás y luego pasamos a la fábrica. Ahí fue cuando la cosa empezó a ponerse divertida. Había una maquina que amasaba el cacao con el azúcar, que formaba un enorme rollo en una gran cuba e iba girando y girando y la gente ya ahí empezó, cuando no miraban, a meter el dedo en el rollo. Había un recipiente enorme con manteca de cacao y la peña se guardaba trozos en los bolsillos y así, lo mejor vino cuando llegamos a la máquina que embalaba las chocolatinas “Buana” que entonces, en la tienda, costaban una peseta. Estas salían hacia una bandeja, donde unas operarias las apilaban y las guardaban. Entonces, los más altos se pusieron delante a tapar y distraer a las operarias y otros conforme pasaban, de cada tres, levantaban una. Hasta que nos hicieron movernos de allí, nos debimos de llevar unas 15 ó 20 chocolatinas.
Pero lo mejor vino al final. Terminada la visita nos dieron a cada uno un vale para tomar una taza de chocolate y un bollo o unos churros en una chocolatería que era de la empresa (y que, como no, se llamaba Buana). Pues ahí fue la hecatombe. 4 dependientas intentando lidiar con 80 berracos pidiendo chocolate y bollos a la vez, nos llevó a varios a utilizar el viejo truco de “oiga que el mío no me lo ha puesto”. Así que hubo quien se calzó cuatro tazas de chocolate y otras tantas piezas de bollería.
De vuelta al autobús, la conjunción de las curvas de la antigua nacional, con la ingesta masiva de chocolate, acabó con potadas diversas de más de uno, el consiguiente cabreo del chofer y los profesores y un pestazo en el autobús que no os quiero ni contar.
Creo que esa fue la última excursión que hicimos con el colegio.
Jajaaaa...pues algo parecido pasó en la fábrica de cementos de San Vicente cuando fuimos a visitarla los de la escuela de ITOP. Allí pasó que la asignatura nos la dieron al principio toda fotocopiada y era de memorizar, total que de 60, íbamos a clase a diario 15 si llegaba. Al preguntar los de Valenciana de Cementos cuantos ibamos a la visita, el profe dijo: "pues unos 25" y para esos prepararon el ágape. Pero claro: al saber que había aperitivo, fuimos los 60 y agregados. La mesa con los aperitivos duró un segundo, pero es que encima descubrimos una pequeña despensa llena de vino, que también acabó vacía. El profe (que era "progre" y moderno, nos puso al día siguiente de vuelta y media, jaja. Y ya no éramos chiquillos...
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