Este era, en mi infancia, un desayuno habitual en “El Pinós”, el pueblo de mi padre. La manteca de blancos era la grasa especiada resultante de cocer los “blancos” o” blanquets”, un embutido típico de muchos pueblos de la provincia. Es una morcilla sin sangre que se suele poner sobretodo en el cocido, aunque tiene otras muchas preparaciones y dejándola secar un poco está riquísima cruda.
Una buena rebanada de pan de coca “torrada” a las brasas, generosamente untada de manteca, una pizca de sal y un buen café con leche o, para los más aguerridos, un buen vaso de vino y salías a la calle “fet un home”, dispuesto a comerte el mundo y con más energías que una pila alcalina.
Esos desayunos contundentes se van perdiendo cada vez más. Las prisas nos abocan a tomar un café rápido antes de salir de casa. Pero a veces, cuando hemos dormido en casa de mi hermano, en el pueblo, me he levantado temprano, he encendido un buen fuego y con el perro dormitando a mis pies he vuelto a cumplir el antiguo rito de prepararme una buena torrada de pan de miga prieta con manteca de blanquets y mirando el bailoteo de las llamas me he dejado llevar por la nostalgia de esos tiempos en los que la felicidad eran cosas tan sencillas como estas.
Muy buena entrada, además hay que desayunar como un rey, comer como un príncipe y cenar como un pobre.
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