A mediados de los sesenta, España comenzaba a salir tímidamente del pozo de miseria en que la había sumido la guerra civil.
Hacía poco más de una década que se habían suprimido las cartillas de racionamiento y López Rodó ponía en marcha el 1er plan de desarrollo para intentar sacar al país del sistema autárquico que era insostenible.
Hacía poco más de una década que se habían suprimido las cartillas de racionamiento y López Rodó ponía en marcha el 1er plan de desarrollo para intentar sacar al país del sistema autárquico que era insostenible.
Se primaba el ahorro en todas sus facetas. “La Caja de Ahorros del Sureste de España” puso en marcha la llamada “libreta infantil de ahorro" con la que se pretendía inculcar en los niños la “virtud del ahorro” (lo poco que se podía ahorrar) y donde la muchachada llevábamos las pocas perrillas que habíamos conseguido reunir y veíamos con tristeza como un señor con traje y corbata los convertía en números escritos con pulcra caligrafía inglesa, en una libreta de papel.
De todos modos no había mucho en que gastar. Si viéramos fotos de los escaparates de antaño y los comparáramos con los de hoy en día, nos sorprenderíamos de la escasez de objetos que ofrecían. Los aparatos de radio, de madera o baquelita, duraban toda una vida, los televisores, aparte de en blanco y negro, eran escasos, por que poca gente podía permitirse adquirir uno. Los tocadiscos (o Picús, como decían nuestras madres) eran objeto de deseo por los entonces llamados “chicos yeyé” pero tampoco abundaban y era normal que se alquilasen puntualmente para algún guateque (Pepe Savall comenzó su negocio alquilando estos aparatos) y en cuanto a batidoras, aspiradoras y demás electrodomésticos, la oferta era escasa y la demanda justita.
La alimentación sufría la misma escasez de variedad. En España se comían mayormente legumbres, arroces, patatas, hortalizas, pescados baratos como las sardinas, los júreles, las bacaladillas y carnes sobretodo para guisar. El muestrario de conservas era entonces sota, caballo y rey. Botes de tomate, de leche condensada, latas de sardinas, de atún y de mejillones en escabeche, si acaso, botes de alcachofas, de aceitunas (La Española una aceituna como ninguna) y las latas de foie gras Apis, que eran una de las cosas exóticas que a los niños de entonces nos ponían en el bocadillo.
En las tiendas de ultramarinos de entonces las cosas principalmente se vendían al peso y la gran balanza, con su larga y roja aguja protegida tras un cristal, presidía el mostrador, junto con un enorme molino de café con su tolva de vidrio, tras la que se veía la cámara frigorífica con sus puertas de madera y cristal donde se guardaban cervezas y gaseosas. El café entonces venía en grano en los paquetes. Algunas casas tenían molinillo de café (yo recuerdo de muy pequeño uno manual de madera y metal que luego se cambió por uno eléctrico) , pero muchas mujeres le pedían al tendero que les moliese el café. Este sacaba unas enormes tijeras y cortaba la parte superior del paquete, vertía el contenido en la tolva y encendía el artefacto. Ponía en la boquilla inferior el mismo paquete vacío mientras, con un ruido agudo y penetrante, la máquina iba moliendo el grano y la tienda se llenaba de ese olor característico. El molino tenía también otra entrada donde se rallaba el pan que algunas clientas llevaban duro de sus casas.
En la casa de mi primera infancia, mi madre compraba las cosas en la tienda de
Pepe Toni (que ensaimadas, hummm.) o en la que las madres del barrio llamaban la tienda de la mancha. Que no era por que los dueños fueran manchegos si no por que la propietaria era una señora que tenía un angioma que le cubría media cara. En la casa donde fuimos después a vivir (y donde aún viven mis padres) el ultramarinos era el de Tomás, que es del que yo recuerdo más cosas. Entre ellas el molino que he descrito antes. Tomás era un señor bajito, con el pelo ondulado repeinado hacia atrás, gafas de pasta y una bata blanca con la que parecía haber nacido. Era el típico tendero de entonces. Obsequioso con las clientas, de trato algo untuoso y bastante agarrado, aunque a las mejores clientas no tenía reparos en fiarles.
Pepe Toni (que ensaimadas, hummm.) o en la que las madres del barrio llamaban la tienda de la mancha. Que no era por que los dueños fueran manchegos si no por que la propietaria era una señora que tenía un angioma que le cubría media cara. En la casa donde fuimos después a vivir (y donde aún viven mis padres) el ultramarinos era el de Tomás, que es del que yo recuerdo más cosas. Entre ellas el molino que he descrito antes. Tomás era un señor bajito, con el pelo ondulado repeinado hacia atrás, gafas de pasta y una bata blanca con la que parecía haber nacido. Era el típico tendero de entonces. Obsequioso con las clientas, de trato algo untuoso y bastante agarrado, aunque a las mejores clientas no tenía reparos en fiarles.
Lo del foie gras Apis viene a cuento por que si a cualquier niño o joven de hoy en día, que pueden elegir entre treinta cereales, veinte tipos de galletas, lácteos y bollerías para aburrir, lo trasladáramos a una de aquellas “tiendas de comestibles” se sorprendería al comprobar que entonces podías como mucho optar entre las galleta María Fontaneda y las Chiquilín Artiach, el queso manchego y el de bola, el chorizo de Cantimpalo y el Pamplonés, el café natural y el torrefacto, el Cola Cao o el Nesquick, la leche condensada “La lechera” o la “Nutricia”, el té Pompadour o el Hornimans y le foie gras Apis o el foie gras Apis. No había más. Pensar hoy en día, que la variedad de patés que puedes encontrar en un supermercado tiende al infinito, que hace 45 años solo existían aquellas humildes latitas blancas y azules o que en un solo pasillo del Carrefour hay más variedad y cantidad de comida que en todo el ultramarinos de nuestra infancia, es algo que no nos debería dejar indiferentes.
Estas entradas en las que viajas por el tiempo y hablas de tus vivencias tengo que decir que me encantan.
ResponderEliminarTodas estas cosas que comentas me quedan un poco lejos, pero si me acuerdo que mis abuelos tenían un molinillo de café de madera y una radio de madera, que guardamos con mucho cariño.
Aún queda algún reducto del periodo franquista y en algún pueblo remoto de Asturias y no tan remoto, puedes encontrar escaparates en los que se levantan,tal cual pirámides de Gizeh, pirámides de botes de tomate Solis y con un aspecto viejuno, viejuno, je je je je
Una vez más te felicito por la entrada.
El tomate Solis, mira, ese se me había olvidado. Gracias por recordármelo.
ResponderEliminarComo dice Nieves, mi mujer, se me han puesto los pelos como escarpias al leer tu entrada.
ResponderEliminarEn mi caso la tienda se llamaba "Antoñita". Y no sé por qué, ya que la tendera se llamaba Mari. Delgaducha, pelo lacio y algo bizca, pero, por lo demás, el mismo colmado que el de Tomás.
Y een cuanto al foie gras Apis, he vuelto a sentir su sabor en el pan. ¡Delicioso! Incluso si lo comparo con los finísimos patés del gourmet de El Corte Inglés, porque ninguno de ellos me sabe a infancia.
Pero me han venido más sabores: El del tulicrem, las onzas de chocolate "La Virgen de las Nieves" compradas sueltas en el kiosko del barrio, las berlinas, compradas en el mismo kiosko, las ensaimadas de los domingos de "La mallorquina" en la calle Mayor (creo que han vuelto a abrir), la leche en polvo Arias, el pulpo seco, el pan con aceite y sal, las galletas María untadas en tulipán y rebozadas de azúcar...
En fin Álvaro, que leyéndote he tenido cuarenta años menos. Lástima que el viaje sólo haya durado unos minutos.
¡Ay, el Tulicrem, que rricooo!¿Porque no lo vuelven a fabricar con lo bueno que estaba? ¿y esa otra que vendían de tres colores? Del chocolate "Virgen de las Nieves" en otra entrada contaré cuando fuimos con el colegio a
ResponderEliminarLa Vila a visitar la fábrica De "Hijos de Marcos Tonda", fué todo un número.
Y las gaseosas La Pitiusa, La Revoltosa, La Casera, claro (la fábrica estaba en la C/Dr Ayela en el Pla) y La Rosa Alicantina, que eran pequeñas y de colores se fabricaban en la C/Velázquez y que se podían comprar en la repostería del Monumental.
ResponderEliminarBueno y una cosa exótica a más no poder eran los bocadillos de mejillones en escabeche que solo hacían en la cafetería del Cine Calderón que estaba abierta al público (justo donde hoy hay una confitería que creo se llama La Colmena).
La tienda de mi barrio era la de Jaume Lon, en la pza del Puente donde siempre estaban de charreta. Mi madre se ponía negra, porque siempre tenía prisa y las parroquianas iban a comprar y a ponerse al día de las cosas del barrio.
ResponderEliminarY el Orange Crush, el café "La Estrella" (vamos chicos, al tostadero. Así me gusta veros, bien tostados)el búlgaro de Cropán, las medias noches de Seguí, y más adelante cuando eramos jovenzanos, los grillos del Merengue o las patatas fritas con mostaza y ketchup de la "Hamburguesa Dorada" de la calle Labradores. Dios mío, me siento mayor, mayor.
ResponderEliminarEl anuncio de televisión que decia: Yo si, yo si, yo si como patatas...
ResponderEliminarY el de "Magdalena Ortiz,Ortiz,Ortiz, el truco de esta receta de mi abuela lo aprendí".
ResponderEliminarDe mi infancia recuerdo un pastel industrial, el "Megaton" un bizcocho de chocolate con crema dentro. Y unas latas de pate, con el sistema antiguo que traia el abrelatas incorporado y cuando lo abrias venia una capita de grasa encima que era deliciosa, no me acuerdo de su nombre, pero tenia un algo con varios patos
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